LA MANZANA QUE QUERÍA SER
ESTRELLA
Había una vez una manzana que
siempre había querido ser una estrella. Nunca quiso ser una manzana.
Se pasaba los días pensando, ilusionada, cómo sería una vida
brillando desde el cielo.
Cada mañana, sus compañeras
manzanas la invitaban a conversar y a contar divertidas historias.
Reiteradamente, ella rechazaba la invitación, obsesionada como
estaba con el deseo de ser una estrella rutilante.
Un buen día, viendo a las
aves ascender hacia el cielo, la manzana
les preguntó:
- ¿Dónde
duermen de día las estrellas?
Las aves, sonriendo, dijeron:
- No, querida manzana, las
estrellas están en el cielo día y noche, pero la gran luz del sol
no nos permite divisarlas. Pero ahí están, en el infinito cielo,
siempre con luz.
Otro día la manzana le preguntó al viento, que movía con fuerza las ramas del manzano:
- Dime, viento, ¿las
estrellas están fijas o se desplazan recorriendo todo el
firmamento? Y si se desplazan, ¿quién las mueve?
- Las estrellas se desplazan
recorriendo todo el firmamento y a una velocidad de vértigo,
contestó el viento
Nuevamente se avivaron los
deseos de la manzana de convertirse en una hermosa estrella.
Otro
día, inquieta por saber más de las estrellas, le preguntó a la
lluvia que regaba el árbol que si ella sabía por qué eran
tan pequeñas y a la vez tan hermosas. La lluvia se le contó que no
eran pequeñas, que algunas, incluso eran mucho más grandes
que el Sol y con mucha más luz y brillo pero ... que estaban muy,
muy lejos de nosotros y por eso se ven tan pequeñas.
Aquello
aumentó su deseo de ser una estrella. Quería ser una estrella y
recorrer el firmamento y brillar y alumbrar y no apagarse jamás.
Cuando llegó la época de la maduración, la manzana seguía defraudada porque su sueño no se había hecho realidad. No era capaz de sonreír, ensimismada en su tristeza. No era feliz.
Un día, Una
familia de vacaciones se refugió bajo la copa del manzano,
buscando una sombra protectora de los rayos del sol. En medio de la
amena conversación, el padre de familia agitó violentamente el
tronco del árbol. Y cayeron varias manzanas, entre ellas la triste
manzana que quería ser estrella.
Una de los niñas la cogió y
comprobó que estaba madura. Era una hermosa manzana. La niña estaba
feliz. Le pidió un cuchillo a su mamá. Ella le entregó uno muy
bien afilado, con la inevitable advertencia.
- Cuidado, cariño, no te
cortes.
La niña partió con cuidado
la manzana de forma transversal, no del tallo al hoyuelo, sino en
horizontal. Y quedó asombrada al ver la estrella de cinco puntas que
aparecía en el corazón de la manzana. Y gritando, llamó la
atención de toda la familia:
- Mirad, mirad, qué
maravilla. Aquí hay una estrella. Una preciosa estrella de cinco puntas en el
corazón de la manzana.
La manzana había vivido
triste toda la vida sin darse cuenta de que dentro de sí guardaba
una hermosa estrella y de que, para mostrarla, tenía que abrirse y
brindarse a los demás.
Enseñanza
La necesidad de buscar en
nuestro corazón, dentro de nosotros, lo que tantas veces perseguimos
estresados en las cosas. En muchas ocasiones buscamos fuera lo que
llevamos dentro. Anhelamos dinero, poder, fama, comodidad, bullicio…
para encontrar en todo ello paz, diversión y, en definitiva,
felicidad. Pero no buscamos en nuestro interior.
También nos hace
ver cómo muchas veces anhelamos lo que los demás tienen o son sin
pensar que en nuestro interior tenemos un maravilloso caudal de
bondad y de felicidad. El arco iris sólo brilla sobre el tejado de
nuestros vecinos.
Nos
habituamos a las rutinas. Siempre hemos cortado la manzana de forma
vertical, no transversal. Al hacerlo de esta segunda forma podemos
ver claramente la estrella de la manzana. Pero si cortamos la manzana
verticalmente, de arriba hacia abajo, desde el tallo al hoyuelo, solo
veremos las pepitas rotas de la manzana. Repetimos lo que siempre se
ha hecho de una manera, lo que todos hacen de la misma forma. Sin
indagar, sin explorar, sin arriesgarnos a cambiar, Nos hemos
habituado al siguiente principio: pudiendo no cambiar, ¿por qué
vamos a hacerlo? Me gustaría proponer aquí el principio de
actuación opuesto: pudiendo cambiar, ¿por qué vamos dejar las
cosas como están? A ver qué pasa.
LA CARA PERFECTA
Había una vez un muñeco de papel que no tenía cara. Estaba perfectamente recortado y pintado por todo el cuerpo, excepto por la cara. Pero tenía un lápiz en su mano, así que podía elegir qué tipo de cara iba a tener ¡Menuda suerte! Por eso pasaba el día preguntando a quien se encontraba:
Había una vez un muñeco de papel que no tenía cara. Estaba perfectamente recortado y pintado por todo el cuerpo, excepto por la cara. Pero tenía un lápiz en su mano, así que podía elegir qué tipo de cara iba a tener ¡Menuda suerte! Por eso pasaba el día preguntando a quien se encontraba:
- ¿Cómo es una cara perfecta?
- Una que tenga un gran pico - respondieron los pájaros.
- No. No, que no tenga pico -dijeron los árboles-. La cara
perfecta está llena de hojas.
- Olvida el pico y las hojas -interrumpieron las flores- Si
quieres una cara perfecta, tú llénala de colores.
Y así, todos los que encontró, fueran
animales, ríos o montañas, le animaron a llenar su cara con sus
propias formas y colores. Pero cuando el muñeco se dibujó pico,
hojas, colores, pelo, arena y mil cosas más, resultó que a ninguno
le gustó aquella cara ¡Y ya no podía borrarla!
Y pensando en la oportunidad que había perdido de tener una cara
perfecta, el muñeco pasaba los días llorando.
- Yo solo quería una cara que le gustara a todo el mundo- decía-.
Y mira qué desastre.
Un día, una nubecilla escuchó sus quejas y se acercó a hablar
con él:
- ¡Hola, muñeco! Creo que puedo ayudarte. Como soy una nube y no
tengo forma, puedo poner la cara que quieras ¿Qué te parece si voy
cambiando de cara hasta encontrar una que te guste? Seguro que
podemos arreglarte un poco.
Al muñeco le encantó la idea, y la
nube hizo para él todo tipo de caras. Pero ninguna era lo
suficientemente perfecta.
- No importa- dijo el muñeco al despedirse- has sido una amiga
estupenda.
Y le dio un abrazo tan grande, que la nube sonrió de extremo a
extremo, feliz por haber ayudado. Entonces, en ese mismo momento, el
muñeco dijo:
- ¡Esa! ¡Esa es la cara que quiero! ¡Es una cara perfecta!
- ¿Cuál dices? - preguntó la nube extrañada - Pero si ahora no
he hecho nada...
- Que sí, que sí. Es esa que pones cuando te doy una abrazo...
¡O te hago cosquillas! ¡Mira!
La nube se dio por fin cuenta de que se refería a su gran
sonrisa.
Y juntos tomaron el lápiz para dibujar
al muñeco de papel una sonrisa enorme que pasara diez veces por
encima de picos, pelos, colores y hojas.
Y, efectivamente, aquella cara era la única que gustaba a todo el
mundo, porque tenía el ingrediente secreto de las caras perfectas:
una gran sonrisa que no se borraba jamás.
(Pedro Pablo Sacristán)
La alegría es el ingrediente perfecto para una vida feliz. La sonrisa dibujada en un rostro agrada a todo el mundo. Más allá de la belleza está la educación, la cortesía y la alegría.
Aprendamos a dibujar una sonrisa en nuestro rostro, símbolo del respeto a los demás, de la búsqueda de la paz y la armonía entre todos.